La última semana de la moda dictó las claves del estilo que viene, pero también reveló al mundo que Francia ha cambiado para siempre. Policías y detectores de metales fueron tan protagonistas como el cuero y los accesorios con glitter.
No hay clóset ni estrategia que funcione. Imposible estar a la altura. Horas de pensar cada look… para terminar siendo una más del montón. Por algo Inès de la Fressange y Caroline de Maigret convirtieron en bestsellers sus libros sobre cómo ser (o parecer) una parisina. Algo que las latinas hasta el momento seguimos intentando sin mucho resultado.
Es fashion week y la ciudad gira en torno a eso. Las vitrinas parecen editoriales de moda, los autos ploteados con el logo del evento se pasean por las calles trasladando celebridades de un desfile a otro y encontrarse con Kim Kardashian en un semáforo se vuelve casi tan común como toparse con la it Chiara Ferragni en la tienda Le Bon Marché, o con Ben Stiller y Owen Willson saltando frente a la torre Eiffel después de revolucionar la pasarela en el desfile de Valentino para promocionar Zoolander 2. Pero hay también una parte menos glamorosa, y que convive con este festival de moda y estilo. A dos meses de la masacre de Charlie Hebdo algo ha cambiado en Francia. La entrada a las tiendas y museos ya no es tan expedita. Hay detectores de metales por todas partes y es obligación abrir la cartera al entrar. Sucede incluso en el acceso a los desfiles, y por lo mismo se forman filas odiosas; con gente súper cool, pero odiosas.
Las calles están copadas por policías con armas que intimidan, y también por cientos de personas que parecen modelos. Hombres y mujeres. Todos altos y flacos. El abrigo apoyado sobre los hombros (sin pasar los brazos por las mangas, eso está realmente out), y las zapatillas blancas marcan la pauta. No importa qué tan elegante sea el evento, ni qué tan costoso sea el vestido: se combina con sneakers, y eso no está en discusión. Lo saben perfectamente todas las parisinas y también las asiáticas, que esperan pacientes en la fila para entrar a Chanel en Lafayette. Compran de a dos carteras, de ahí van a Céline y salen por la puerta cercana a Moncler. En su camino se topan con las hordas de turistas que expulsa Uniqlo, la marca japonesa que convirtió sus parkas lightwear en un infaltable alrededor del mundo. La diferencia —no menor— es que en París se llevan debajo de un abrigo cool. Pero no son, en sí mismas, un abrigo digno de mostrar. Algo así como una primera capa, y nada más.
Uno de los epicentros del estilo por estos días se concentra en la Rue St Honoré, donde están todas las grandes casas de moda y también la tienda Colette, entre las favoritas de las instagirls (Instagram celebrities). Por allí pasaron, entre otras, la argentina Chufy Sánchez de Betak y la editora de Vogue Japón Anna Dello Russo. En el subsuelo existe una cafetería donde se realizan charlas relacionadas con el mundo de la moda y la publicidad. Esta semana, el tema fue Print vs. Digital, y estuvo a cargo de los creadores de la estilosa Garage Magazine.
Otro punto de encuentro es el Grand Palais, donde tuvo lugar el desfile de Chanel y también el de H&M. El mismo espacio que la marca francesa transformó en una brasserie, para dar rienda suelta a los vestidos de punto y los abrigos con matelassé, el gigante sueco de la moda lo volvió una pasarela absolutamente futurista y lunar. Con drones deambulando entre modelos de la talla de Kendall Jenner, Gigi Hadid y Edie Campbell, más que un desfile fue un gran espectáculo. O una fiesta. Las tops del momento caminaron por una pasarela serpenteante interrumpida por tres enormes ‘naves espaciales’, que más tarde se convirtieron en bar de tragos, cabina de DJ y quiosco de postres. Mucho beatle, capucha y brillo en una paleta dominada por los tonos neutros con detalles de verde, dorado y pedrería.
Glitter es la palabra clave del Paris Fashion Week. Se vio en las pasarelas pero fundamentalmente en las calles. Zapatillas, zapatos, carteras, abrigos. En el pop up store de Chiara Ferragni las ballerinas y alpargatas se agotaron en todos los números. Las grandes tiendas venden accesorios de glitter para decorar el calzado (bigotes y alas son los más requeridos, pero también hay emoticones) y se lleva a toda hora. En la fiesta del recién remodelado hotel Sofitel Le Fauburg, a la cual asistieron actrices como Axelle Laffont y Anne Parillaud además de celebridades locales, el brillo, las pieles y los sombreros fueron una constante. La alta sociedad parisina celebró hasta la madrugada y los hombres lucieron abrigos de zorro y visón… y zapatillas con detalles de glitter.
El último día tuvo lugar uno de los desfiles más esperados: Nicolas Ghesquière acertó en su segunda pasarela de invierno para Louis Vuitton con una colección que apostó por el tweed, las minis de cuero y los detalles de piel. La propia Anna Wintour lució para el desfile un vestido de tweed con botas altas y un abrigo, obviamente, apoyado sobre los hombros.
En las afueras del apoteósico edificio de la Fundación Louis Vuitton, en la parte norte del Bois de Boulogne, la Police Nationale miraba cómo turistas, fashionistas y fotógrafos corrían de un lado al otro. Porque así fue esta semana de la moda post Charlie Hebdo. Con mucha piel y exceso de glitter, pero a la sombra de la tragedia.
Publicado en Revista Caras.
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